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Justicia para la post-pandemia

  • bloglamanovisible
  • 16 abr 2020
  • 5 Min. de lectura

Definir los ideales de justicia es un proyecto tan fundamental como complejo para cualquier sociedad. No existe una definición aceptada de justicia social; todos nos hacemos una idea de lo que es justo en función de nuestras trayectorias individuales, de nuestras experiencias y posición social. Pese a esto (o debido a esto) la búsqueda de justicia es un proceso que debe construirse entre todos y de manera continua. Hay quienes consideran la búsqueda de la justicia el motor que mueve las sociedades actuales y que el desarrollo social ha sido consecuencia de la búsqueda de la justicia.



Aunque existan dificultades inherentes en definir lo que es justo se puede partir desde ciertos razonamientos que permitan encauzar el debate. Empecemos por notar que en nuestro alrededor ocurren situaciones sobre las cuales puede existir un consenso respecto a qué implica actuar con justicia. Un principio que parece aceptado por muchos es que no deberíamos ser culpados de las consecuencias que surjan de choques externos no provocados por nuestras acciones (ni directa ni indirectamente), y que, si esto no va en contra de los derechos o intereses de los demás, sería justo ser reparados o evitar que las consecuencias sean permanentes. Creo que podemos estar de acuerdo con esto.


La situación no se complica demasiado cuando el reparar o evitar daños permanentes se vuelve costoso de alguna manera para los otros miembros de la comunidad, cuyas acciones tampoco provocaron el choque externo. En este caso la solidaridad, la empatía y nuestros sentidos de justicia unen, generalmente, a la comunidad en torno a quien haya sido afectado; no necesariamente compensando todo el daño si este es muy grande, lo cual no implica que el sentimiento de justicia que los motiva sea menor. El resultado es que se reparte, de alguna forma, la carga del daño.


Ahora bien, ¿Qué pasa cuando los afectados (por algo externo, ajeno a nuestras acciones) somos todos, pero algunos en mayor o menor medida, como ocurre actualmente con los estragos de la pandemia? Parece lógico que, como no hay culpa en quienes están soportando los efectos más adversos ni virtud de quienes salieron mejor librados, la sociedad se organice de tal forma que las consecuencias a corto y a largo plazo sean, en la medida de lo posible, repartidas entre todos de forma proporcional a las capacidades de cada uno de los actores implicados (empresas y hogares). Guiados por estas ideas imperfectas y parciales creo que se pueden analizar de manera constructiva algunas de las medidas adoptadas por el gobierno.


Las empresas, tanto las pequeñas como las grandes han sido fuertemente afectadas por la crisis; el empleo de muchas personas corre peligro y el de otras ya se ha perdido. Para disminuir el desempleo, y evitar que el tejido empresarial se vea afectado de forma permanente, el gobierno se ha comprometido a absorber buena parte del riesgo detrás de los préstamos otorgados a las empresas que en estos momentos están en apuros. En teoría, esto implica que, por un lado, las empresas no se enfrentarían al racionamiento o a la falta de crédito y, por el otro, que la tasa de interés que fijen los bancos al otorgarles recursos no sea muy alta. A estas medidas se suman los esfuerzos del Banco de la República que busca proveer liquidez a los bancos (y, en general al sistema financiero) haciendo más baratos los préstamos que este hace a ellos, y comprando títulos de deuda pública y privada.



Estas medidas resultan, en mi opinión, insuficientes e injustas. Insuficientes porque nada garantiza que los incentivos dados por el gobierno, y la liquidez otorgada por la política del banco central sean suficientes para encauzar el flujo de recursos. Se han documentado casos de empresas que aún no pueden conseguir crédito. El Estado debe intervenir de manera más fuerte para procurar que los fondos fluyan a las empresas. Que no ocurra lo mismo que en Estados Unidos donde, tras la crisis financiera del 2008 y de que se inyectara una cantidad enorme de dinero a los bancos bajo la condición de que estos lo prestaran, se encontró que la mayoría de los beneficiados por estas políticas de liquidez reportaron un declive en la cantidad de créditos que otorgaron a finales del 2008, justo en medio de la crisis (esto fue denunciado por el Wall Street Journal el 26 de enero del 2009. Ver también La Conspiración de los Ricos de Robert. Kiyosaqui. Cap. 1). Es injusta porque, incluso si el crédito llega a todos los afectados (cosa que no es obvia), esta medida va en contra del principio de que los efectos a largo plazo de la crisis causada por la pandemia se repartan sobre toda la sociedad dependiendo de la capacidad de cada uno, pues son las empresas que más han sido golpeadas las que terminarían más endeudadas, sin la posibilidad de generar nuevas inversiones para crecer por estar pagando los créditos en que ha incurrido. Los bancos, terminarían ganando más de lo que han aportado. Es injusto que de esta crisis salgan unos ganando a costa de otros.


Creo que, aunque los bancos tienen la estructura y los fondos necesarios para hacer llegar los créditos a los empresarios, tal vez no tienen los incentivos, por lo que aún hay un papel a desempeñar por parte de la Superintendencia Financiera y el Ministerio de Hacienda para asegurar que el flujo de recursos llegue donde debe. Por otro lado, considero necesario que los créditos sean otorgados bajo posibilidad de condonación (en parte o en su totalidad) cuando se cumplan ciertos requisitos (como mantener la nómina), empleando para esto recursos públicos que, a la postre (cuando la recuperación comience) pueden ser financiados con impuestos progresivos sobre el patrimonio (neto de deudas) que, por definición, recaerían sobre quienes menos afectados se vieron por la crisis (quienes no se endeudaron tanto y aun así conservan un alto patrimonio, como los bancos).



Esta medida recoge el que a mi parecer es el principio de empatía, solidaridad y justicia que debe guiarnos como sociedad para encontrar soluciones colectivas. En una entrada anterior sugería que este impuesto serviría para pagar la deuda con la que terminaremos (no se descarta una nueva reforma tributaria, ojalá escuchen al pueblo esta vez). También puede ayudar en la recuperación del tejido empresarial de manera más justa. La deuda puede ser un problema, pero no podríamos afrontarla de manera satisfactoria si muchos de nuestros empresarios, pequeños y medianos salen tan endeudados que no puedan más que sobrevivir, sin crecer y aumentar el empleo. Las exenciones fiscales que tanto gustan al gobierno solo desequilibran la cancha y distorsionan los incentivos, promoviendo practicas poco éticas y no pueden ser una solución justa. Por otra parte, se puede argumentar que los impuestos solo debilitarían la recuperación económica por lo que no es pertinente una reforma tributaria, sin embargo, la historia muestra que en momentos de recuperación los impuestos pueden ayudar más que retrasar, como en el caso de Alemania tras la segunda guerra mundial.


Mi intención acá no es ofrecer respuestas definitivas, si consigo alimentar en algo el debate, se habrá cumplido mi objetivo. Hay muchas posibilidades. Por ejemplo, se puede pensar en que la condonación del crédito sea parcial, y que el monto a condonar dependa de los activos netos de las empresas, los empleados que tenga, o el sector al que pertenece. La idea es, en general, construir entre todos y que no nos olvidemos de que cualesquiera que sean nuestros ideales de justicia social, estos deben servir para evaluar y guiar nuestra posición respecto a qué debe hacerse y cuál es la mejor salida de la crisis.

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