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¿Punto de inflexión?

  • bloglamanovisible
  • 18 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

En las últimas semanas hemos visto cómo el coronavirus ha sido uno de los promotores de las fuertes caídas de las bolsas en diferentes países, de disparar los índices de incertidumbre económica, llevar el precio del dólar por las nubes, cortar la cadena de suministro, entre otros. Se hace muy tentador cuestionar si estamos en un terreno similar al de la crisis de 2008, e incluso el crac del 29. La economía mundial parece haber entrado en un terreno inhóspito y habrá que esperar meses para ver el alcance real de este choque en toda su amplitud. Solo hay una cosa clara: los mercados financieros seguirán danzando al ritmo de las noticias sobre el coronavirus y la respuesta de las autoridades.


Al parecer, nos encontramos hoy en una crisis híbrida, es decir, un choque sobre la cadena de suministro (oferta) ya que el efecto externo de coronavirus provocó la disminución repentina de la producción de grandes potencias industriales como China, pero también un choque de demanda debido a la expansión del virus en todo el mundo, pues las empresas posponen decisiones sobre inversión y las personas retrasan el consumo en muchos sectores importantes para el país. Se sabe que el golpe será duro pero temporal, aunque la duda sobre su duración permanece.

Muchos nos preguntamos cuál será el paso a seguir por parte de los responsables de política económica. El Banco de la República podría actuar con rapidez para aliviar la contracción de las condiciones financieras inyectando liquidez y recortando las tasas de interés, medidas que posiblemente serían más eficaces si se sincronizan entre muchos países. También podrían contemplar una reestructuración temporal de los vencimientos de los préstamos para los prestatarios más afectados. Respecto a la política fiscal, tal vez su margen de maniobra esté muy reducido debido a la sobrecarga por pasivos acumulados, pero se espera la aplicación de medidas como la postergación de algunos vencimientos impositivos y el lanzamiento de programas de empleo o algún plan para compensar a los trabajadores que mueven nuestra economía.


Todo indica que necesitamos coordinación internacional, no hay forma de actuar aisladamente. Ahora mismo ponerle números a la crisis es muy arriesgado, en solo unos días quedan obsoletos. Con el retraso de datos que hay, se deberá esperar un número de todo marzo que pueda servir de guía.

Es que ni los ricos ni los pobres se han salvado del brote de coronavirus, pero ¿puede ser este virus el catalizador de reformas para extender nuevos beneficios sociales a todos? Las medidas aplicadas en los últimos días, que han generado cortocircuito en la economía, serán una prueba de resistencia para el crecimiento, elemento que se ha demostrado demasiado quebradizo en los últimos periodos.

Muchos colombianos no pueden seguir los consejos de los expertos de quedarse en casa y no ir al trabajo, porque tal vez no tienen la opción de pedir ese tipo de permisos puesto que no están en el mercado de trabajo formal y no pueden darse el lujo de perderse una paga. Quedarse en casa solo es aplicable en un pequeño sector que no representa la realidad del país.

Gran parte de la población no tiene acceso a beneficios básicos como atención médica, agua potable y educación de alta calidad. Hay niñas y niños que dependen de los desayunos y almuerzos que les proporcionan sus escuelas, ahora cerradas, para su buena alimentación. También se pide la reclusión en casa como si todo el mundo tuviera casa, y todas las casas fueran cómodas; si bien todo es por un bien mayor, es algo que nos debe llevar a la reflexión y a la empatía. Las “medidas drásticas” se piensan según su efectividad, pero ¿para cuándo la equidad en las “medidas drásticas"?

Que la pandemia permita reflexionar, evaluar y replantear políticas de recorte en sanidad y educación y la complementaria privatización de servicios básicos, así como nuestros hábitos de consumo (no solo de China con su mercado de animales vivos) y la posibilidad de teletrabajo para descongestionar las ciudades.

Considero que se da la oportunidad para que las empresas, que por su naturaleza pueden permitirse hacer teletrabajo, evalúen la aplicación del trabajo en casa algunos días del mes. En cuanto a lo ambiental, es una forma de aportar al mejoramiento de la movilidad de las ciudades asociado a la jornada de trabajo y a la reducción del consumo de energía en oficinas, y por tanto a la disminución de la huella de carbono. El mayor problema para el despegue del teletrabajo quizás sea la cultura del presencialismo que impregna a muchas compañías, el miedo de los jefes a no poder controlar a sus empleados si no los tienen cerca. El coronavirus puede permitir que los directivos ganen confianza en sus teletrabajadores y se pueda avanzar en ese cambio cultural.

Todas las crisis cambian a la sociedad. Y este tal vez sea un aprendizaje sobre cómo la colaboración global puede ayudar a vencer otros desafíos de la humanidad: la desigualdad, los cambios climáticos, la intolerancia y el racismo y sus políticas de exclusión.

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