Especial economía de la educación I: Lecciones y desafíos para la educación ante la pandemia
- bloglamanovisible
- 9 jul 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 10 jul 2020

Aunque la pandemia y cuarentena llegaron sin previo aviso y las instituciones educativas tuvieron que adaptarse rápidamente para asegurar la continuidad académica, esta crisis se convierte en una oportunidad para hacer un alto en el camino que permita analizar, reflexionar y replantear qué aspectos del sistema educativo reveló el COVID-19 como obsoletos o poco efectivos; qué lecciones se pueden extraer respecto a la capacidad del Estado y de la sociedad en general para garantizar un aprendizaje efectivo; cómo lograr que no se abrume más el sistema y que los estudiantes no abandonen su proceso educativo,entre otras cuestiones que permiten hacer un diagnóstico del sistema educativo colombiano.
Son muchas las implicaciones de la pandemia y de este aislamiento que empieza a abrumarnos como sociedad. Sin duda la forma cómo están reaccionando los niños y jóvenes a estas nuevas y extrañas circunstancias es un hecho preocupante. Desarrollar buena parte del año escolar o semestre académico desde casa, para quienes tienen la posibilidad de hacerlo, trae retos tecnológicos y organizacionales para lograr una efectiva apropiación del conocimiento y, para quienes no, tiene el potencial de exacerbar los indicadores de deserción. Así mismo, pone sobre la mesa una necesidad de tiempo atrás que es abordar una discusión estructural en materia de política educacional.

La cuestión de cómo se trasciende el espacio de casa y se edifica como espacio de aprendizaje ha representado un reto para los estudiantes, e incluso sus familias, de poder generar un diálogo, un tema de paciencia, de control de los niveles de maltrato intrafamiliar y, lo más importante, de evitar la desconexión del sistema educativo. Esta crisis permea también el ambiente donde se está aprendiendo, la incertidumbre y la ansiedad que viven muchos hogares también se vuelve un obstáculo para el aprendizaje, lo que ha hecho que se hable más del bienestar emocional a estudiantes. Sumado a eso, unas condiciones iniciales del hogar muy diferentes para afrontar esta situación: la conectividad, el acompañamiento, padres y madres formados.
El acercamiento de las familias al proceso de enseñanza también ha servido para recordar la importancia del rol de profesor, pues es quien genera y organiza las experiencias de aprendizaje para sus estudiantes. No obstante, la actual situación ha exigido que muchos docentes deban asumir un nuevo rol: dejar de ser un aplicador de currículos para convertirse en “un diseñador de posibilidades de aprendizajes”. Ligado a esto, resuena nuevamente la importancia del desarrollo profesional de docentes para que puedan responder a la pandemia y a futuras situaciones de calibre similar, con el cambio en las herramientas pedagógicas y tecnológicas que se requieren. Como mencionó un profesor de la UCA en un webinar al que asistí la semana pasada: “En los mejores sistemas educativos los docentes se apropian de los desafíos que tienen en su institución, diseñan nuevas estrategias de aprendizaje y son capaces de motivar y hacer partícipes a los estudiantes”.

Esta situación también nos hizo más conscientes respecto al hecho de que el aprendizaje trasciende las fronteras del aula de clases, va más allá de lo académico, se convierte en una verdadera experiencia de vida: seguridad, cuidado, alimentación, socialización, desarrollo emocional, desarrollo cognitivo, todo eso que se encontraba en las instituciones educativas y que las consolidaba como un ecosistema de aprendizaje, de un momento a otro dejó de ser ese refugio para muchos. Este ha sido un argumento a favor de la desconfianza o desprestigio que existe sobre la efectividad de una educación no presencial.
Pero donde más hay que decir, es en el ámbito estructural. Esta situación revela que la educación tradicional no estaba preparada para enfocar el aprendizaje más hacia el estudiante que en el docente o en ese entorno cerrado del aula de clase, que no estaba enfocada en trabajar a través de proyectos, ni en el bienestar emocional o el desarrollo y fortalecimiento de capacidades como la autorregulación, resiliencia, flexibilidad y autodisciplina del estudiante. Contar con todo eso habría podido hacer que esta transición obligatoria fuera menos traumática y asumida con más autonomía. Sin duda, salta a la vista la urgencia de cambiar el modelo de educación por uno más vanguardista, de rediseñar los materiales y estrategias educacionales para adaptarse a la nueva realidad. No obstante, el verdadero reto es aprender a usar esa tecnología en una dinámica con innovación, pues ese cambio pedagógico se va a dar solo si el cambio viene desde las culturas institucionales, con la tecnología que disponemos hoy también se puede seguir impartiendo educación tradicional. Las buenas intenciones y tal vez este palabrerío que están leyendo se pueden esfumar muy fácil si las inercias institucionales continúan. Las prácticas no van a cambiar si no están inmersas en una cultura organizacional distinta. En muchos casos, los docentes no es que no quieran cambiar, sino que no pueden.

De acuerdo con Gonzales y Valentini (9 de junio de 2020), la falta de preparación a nivel de competencias digitales se debe a que habitualmente en el sistema educativo las prácticas presenciales y las experiencias online se producían de manera dispar. Muchas veces, la incorporación de tecnologías al aula se hacía de manera aislada, en alguna materia o proyecto.
La inclusión del desarrollo sostenible como enfoque transversal en la educación también se nos ha revelado como necesario, no solo para afrontar el reto actual sino para atender el reto mayor que representa el cambio climático. Cada estudiante, investigador, cada constructor de conocimiento debe pensar cómo su disciplina particular contribuye con los principales aspectos de la sostenibilidad, ser capaz de identificar cómo se entiende la distribución intergeneracional del bienestar y cómo se construyen las nociones de justicia ambiental. Educar implica propiciar esa reflexión, cómo en cada campo de conocimiento puede operar la sostenibilidad. Uno de los obstáculos para lograrlo es la tendencia al conocimiento parcelado, a la disciplinariedad excesiva que se imparte, se debe trabajar más en la educación de capacidades de interdisciplinariedad.
La formación científica también ha sido un tema estructural que ha saltado a la vista debido a la dependencia de ciencia importada en momentos críticos como el que estamos viviendo. Que la educación se dote de contenido científico requiere de una gran transformación en la formación de los maestros, en la elaboración de los currículos, en los componentes de los programas y planes de estudio que se ajusten al método científico comprendiendo la relevancia de la práctica y la experimentación. Pero la responsabilidad no es exclusiva del profesorado, el Gobierno Nacional no debe abandonar a las instituciones educativas a su suerte, tanto a las de educación preescolar, básica y media, como a las de educación superior encargadas de la formación docente y la investigación científica. No obstante, el trato que recibe la ciencia en Colombia es pésimo. Por decisión política, su presupuesto estatal representó para 2019 solo el 4,5% del PIB.

Esto conlleva a otro aspecto crucial que son las profundas diferencias que sobresalieron entre la educación de la zona urbana y la zona rural, no solo al momento de la comunicación con los estudiantes, sino al momento de ver las herramientas con las que contaban de manera previa: preparación del cuerpo docente para esa virtualidad, organización, gobernanza y modelos educativos, entre otros.
Compartir buenas prácticas transversalmente, desde los lugares más privilegiados hasta los más remotos, es el gran reto para garantizar la permanencia del estudiante al sistema educativo y controlar la deserción. Promover la evaluación, acompañamiento, seguimiento, búsqueda activa, la creación de grupos de trabajo colaborativo entre los mismos docentes para debatir ideas y resolver dudas respecto a lo tecnológico y pedagógico, el apoyo en aliados en el sector privado y ONG’s, el diálogo con las secretarías de educación para trazar directrices y proveer herramientas. En estos meses se ha visto una gran movilización del sector privado con estrategias vía radio, redes sociales, kits escolares, logística para llegar a los territorios y de conectividad. Por ejemplo, Empresarios por la Educación, a través de una encuesta muy grande con ciudadores, padres de familia, directivos, secretarías de educación, se están generando datos para tomar mejores decisiones. Creo que al final del día eso es lo que nos queda, generar ideas sobre lo que se puede hacer para transformar y saldar la deuda con el sistema, no solo de cierre de brechas en competencias digitales, capacitación docente, conectividad, contenidos o currículos, competencias socioemocionales, sino de cómo se dan oportunidades que permitan garantizar el derecho a la educación y de calidad.

En conclusión, la comunicación, la colaboración y la creatividad que han surgido en este tiempo, son elementos centrales de esta nueva lógica de la educación y que deberían quedarse como cambios permanentes. Como lo mencionan muchos expertos en el tema, la transformación requerirá, por un lado, medidas de reforma que le den la oportunidad a los docentes para potenciar y fortalecer la autogestión del aprendizaje y, por otro, medidas presupuestarias, que abarcan desde la formación de los profesores hasta la inversión en ciencia y tecnología. Si es cierto que no queremos que nadie se quede atrás, debemos defender la financiación de la ciencia y la educación con todos los medios a nuestro alcance, al igual que hemos hecho con la asistencia sanitaria y con la economía y el empleo. Aunque el panorama no se vea alentador, tenemos la tarea de llevar a la educación colombiana a lo más alto. Que esta lamentable situación sea el aprendizaje que nos quede sobre lo imprescindible del contenido científico en nuestra educación, poder pensar de otra manera las propuestas que se habían diseñado para el formato presencial del aula, emplear este tiempo para poder retroalimentar de manera completa, clara y sistemática para volver a planificar, priorizando aquellos contenidos que son importantes de enseñar y aprender en el aquí y ahora.
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