La desigualdad
- bloglamanovisible
- 23 mar 2020
- 3 Min. de lectura

Si hay un tema complejo y sobretodo uno sin un consenso definido es la desigualdad, atravesado por dilemas éticos y limitantes económicos parece una tarea sin resolver. Aun así, ha habido avances respecto al conflicto, dentro de los que cabe cuestionarse si vamos en la dirección correcta. La primera idea rezagada ha sido la del desarrollo a través de un crecimiento, si bien existe una dicotomía entre ambos, en la cual la desigualdad es un problema para el segundo, las medidas como el PIB –aunque relevantes- son insuficientes para lo que nos exige el mundo actual. Esto ha permitido explorar diferentes perspectivas de la desigualdad, las cuales lograron cuestionar que estar bien es tener dinero.
Para tales perspectivas es necesario pensar a la desigualdad desde su multidimensionalidad. Enfocarse en la disparidad económica, aunque necesario, es insuficiente si queremos considerar en realidad las condiciones de desarrollo de las personas. Por dicha razón, el enfoque se ha ampliado para reflexionar en las capacidades de las personas, donde existe una desigualdad derivada de características no elegidas, tales como sexo, raza, riqueza, que a su vez afecta las habilidades y talentos de las personas, limitados a no poder desarrollarlos de manera adecuada.
Bajo esta idea se empieza a considerar como justa una sociedad, en la medida que logre desarrollar las capacidades de las personas y estas logren ser libres de elegir si lo hacen o no. Esto genera un alivio en cuanto a la manera en que se entiende la pobreza, sin embargo, creo que la forma en que se ha adoptado esto no es la adecuada, pues para los hacedores de política, el desarrollo de capacidades se basa en una garantía de salud y educación, y vemos como progresivas políticas en torno a dichos elementos, sin tener en cuenta ese monstruo invisible de la desigualdad, que básicamente afecta la mayor parte de los aspectos de la vida.

El mejor ejemplo de ello lo tuve alrededor de hace dos años. En mis ideas de desigualdad tenía la consideración de que todos teníamos el mismo derecho a recibir un tratamiento, una medicina, lo que fuese necesario para tratar el cáncer. Pensaba que el sistema era injusto porque no permitía esto. Para mi propia fortuna pude comprobar que el HUV ayudaba a garantizar el mismo tratamiento para todos, con una máquina que funcionaba de 7 am a 2am, dando radioterapia dirigida a todos y siendo relativamente efectiva para eliminar dichas células malignas. Pero había algo que no cuadraba.
Pude conocer de primera un curioso contraste de historias que permitían revelar algo sobre la desigualdad, no importaba que recibieran el mismo tratamiento, pues existía una indefinida línea que enmarcaba el éxito del mismo en quienes estábamos ahí. Las condiciones (físicas, laborales, mentales y hasta morales) bajo las cuales cada uno se somete a esa estoica lucha, definían la culminación de la misma.

¿Puede una madre de familia que se pasa el día entero cuidando de sí misma y de otros mientras sostiene un hogar, y un joven que en ese mismo periodo de tiempo lo pasa en su casa descansando y recuperándose tener el mismo tratamiento? ¿puede tenerlo alguien que duerme en la cafetería para salir a las 5 am a coger el primer MIO porque no hay de otra respecto al mismo joven que sale a las 11pm del hospital en un taxi, y al otro día puede llegar en carro otra vez al tratamiento? Nuestros hacedores de política celebran, brindan y se congracian con datos diciendo que la salud ha mejorado, en concreto, que, sin distinguir estratos, cualquiera puede acceder al mismo tratamiento “caro y efectivo” para curar el cáncer. Y a eso se limita su quehacer, difícilmente se cuestionan esta dimensión omnisciente de la desigualdad que parece devorar el estilo de vida de los desfavorecidos.
Es momento de replantearse la desigualdad a un sentido más ético, cuestionarnos si los puntos de partida frente a los cuales nos ubicamos en la sociedad son lo suficientemente justos, y hasta qué punto nos debemos algo como sociedad.
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