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Especial La Pobreza II: Teorías de la economía del desarrollo para combatir la pobreza

  • bloglamanovisible
  • 21 may 2020
  • 7 Min. de lectura

Reflexionar sobre la pobreza de nuestros países es un imperativo del quehacer académico, por tanto, en esta segunda parte del especial “La Pobreza”, queremos exponer algunas de las teorías y enfoques que han surgido para entender y atacar esta problemática social. En estos análisis, las posiciones de partida han marcado decisivamente el concepto y el diagnóstico. En un extremo se encuentran aquellas concepciones que consideran a la pobreza como un fenómeno profundamente enraizado en la propia condición humana y en el funcionamiento de las sociedades. Desde esta perspectiva, la pobreza se percibe como una situación natural o, en una comprensión menos fatalista, como una enfermedad heredada a la que todavía no se ha encontrado el remedio adecuado. En el otro extremo se halla la concepción que considera la pobreza como un fenómeno marcado por las circunstancias propias de nuestro tiempo, no tanto por entender que sea una novedad que antes no existiera, sino porque su actual extensión y persistencia sólo encuentran explicación en las reglas de funcionamiento del modelo económico que nos rige, el cual no se plantea realmente su erradicación como objetivo o, lo que es igual, permiten y consienten su existencia.


Si nos vamos a la teoría clásica del desarrollo, esta nos dice que la libertad de los mercados generará una asignación más eficiente, y que estos incrementos en la eficiencia incrementarán el bienestar material, lo que, en palabras de Smith, hará posible “expandir preocupación por los otros”, es decir, la prosperidad económica es necesaria para combatir la pobreza. En el liberalismo de los clásicos no hay una eliminación de la función del estado, es más, se introducen elementos morales en las discusiones económicas. Para el mayor exponente de esta corriente, Adam Smith, una sociedad comercial requiere instituciones que fomenten prudencia, autocontrol, respeto por la vida y la propiedad; en otras palabras, la moral, la economía y el gobierno están estrechamente entrelazados.

Por otra parte, en la teoría neoclásica el crecimiento está íntimamente relacionada con el desarrollo. Señala tres determinantes para el crecimiento económico: capital, trabajo y tecnología. Elementos muy heterogéneos. Si el cambio en la producción es positivo, ya sea por aumentos en cantidad y calidad del trabajo (L) y el capital (K) o mejoras tecnológicas, la distribución del ingreso y la asignación de factores será de manera automática. Así mismo, rechazan la dureza de los gobiernos y promueven la apertura de mercados porque atrae inversiones nacionales y extranjeras, lo que genera aumentos en la tasa de acumulación de capital, es decir, se elevan las tasas de ahorro interno, lo que mejora la relación K/L y los ingresos per cápita en países en desarrollo.


En las teorías o modelos de cambio estructural, la característica fundamental del desarrollo económico es la expansión del número de sectores que utilizan tecnología avanzada. Si la expansión se produce en la producción a partir de sectores que no utilizan tecnología avanzada, se produce crecimiento, pero no desarrollo. Por lo que los países subdesarrollados deben transformar su estructura hacia una economía más moderna, urbanizada e industrial. Así mismo, otorgan importancia a las condiciones iniciales de los países, como el tamaño, ubicación y recursos naturales de un país (geografía), la historia y la cultura, como factores que mantienen y fomentan la segregación social, lo cual conlleva a la pobreza. Esto se complementa con un análisis territorial que permite diferenciar las fuerzas excluyentes que operan a nivel gubernamental, de mercados e instituciones que administran los diferentes territorios y espacios sociales. Estas teorías también reconocen el hecho de que los países en desarrollo son parte de un sistema internacional integrado que puede promover u obstaculizar su desarrollo.

Las teorías radicales y marxistas nos dicen que el nivel de desarrollo se puede explicar en términos de las relaciones de poder internas y externas, rigidez institucional y bloqueos estructurales. Por lo tanto, además de crecimiento, se requiere de profundas reformas económicas, políticas e institucionales (revoluciones) para combatir el hecho de que coexistan diferencias crónicas y crecientes entre sectores y regiones provocadas por la evolución histórica de un sistema capitalista internacional altamente desigual entre países centro-periferia. Es decir, el subdesarrollo se ve como un fenómeno inducido externamente por la clase dirigente de élite de ciertos países desarrollados con políticas y puntos de vista que inhiben cualquier esfuerzo por salir de la pobreza. En este sentido, la ayuda externa es considerada infructuosa.


A finales de los años 70 surge el neoliberalismo o contrarrevolución neoclásica como una reacción de rechazo a los cambios estructurales y el intervencionismo. Para combatir la pobreza se deben promover los mercados libres, ya que la deficiente e inapropiada asignación por parte del gobierno es lo que causa el subdesarrollo. Se regresa a la teoría neoclásica al afirmar que el crecimiento se encarga de la pobreza. Una paradoja que surge es que esta mano invisible que se promueve, requirió de un estado muy visible, extremadamente autoritario (Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los 80).

Pero también han surgido teorías que reconocen las cuestiones sociales en las políticas económicas, y se ha desarrollado un capitalismo de Estado. Desde los años 90 el papel del Estado y el mercado se ha sincronizado y se ponen en la mesa como temas no excluyentes. Se ha otorgado un papel importante a las instituciones, a la innovación y a una política social y sectorial coherente y capaz de actuar en diferentes contextos.


Por otro lado, el enfoque de oportunidades de Amartya Sen nos plantea una definición de desarrollo más amplia basada en la privación de las capacidades y el reconocimiento de que existen diversas razones por las que un individuo puede actuar. La característica inherente de los seres humanos es la potencia, en palabras de Sen, que tiene el individuo para actuar y para contribuir con sus actos al desarrollo pleno de la sociedad. En últimas, la capacidad del individuo para decidir y actuar constituye un buen escenario para evaluar su condición de pobreza; en este sentido, pobre no es el que carece de bienes económicos, sino una persona a la que se le ha restringido la libertad de tener y ser lo que considere racionalmente que vale la pena tener y ser. De esta manera, Sen(2000) afirma que la libertad es el fin principal del desarrollo económico personal y social porque, entre otras cosas, constituye el principal medio con que cuentan los agentes individuales para conseguir los funcionamientos que consideran valiosos.


Así, fueron surgiendo enfoques que permitieron realizar una mirada analítica multidimensional de la pobreza, trascendiendo el plano netamente económico. Las capacidades individuales, la educación como medio para generar capital social y simbólico, la cultura, la calidad institucional, las condiciones políticas y las dinámicas económicas permiten construir un método integrado para entender la marginalidad, la exclusión y la desigualdad como principales características que perpetúan el fenómeno de la pobreza. El término de capital social también adquirió mucha fuerza, pues a diferencia del capital humano, que está instalado en personas y de los recursos físicos, que están en los derechos, se trata de un atributo colectivo o comunitario que incluye vínculos solidarios, lazos de confianza y relaciones de reciprocidad articuladas en redes interpersonales.

Si nos ponemos a reflexionar, los individuos en condición de alta vulnerabilidad están atados a un estigma de delincuencia y anormalidad, están encerrados en los barrios de invasión, los han privado de la posibilidad de desarrollar sus capacidades, sus talentos y sus habilidades y les han negado la opción de tener acceso a oportunidades que, en alguna medida, ayuden a superar los estereotipos en los cuales han quedado clasificados, y en este sentido vemos cómo carecen de esa libertad de la que habla Sen.


En el libro de 'Poor Economics' de Banerjee y Duflo encontramos uno de los enfoques modernos para entender el fenómeno de la pobreza: La importancia de prestar atención a los pequeños detalles, de escuchar a las personas pobres y comprender la lógica de cómo se las arreglan, individualmente y como familias o comunidades, cuestionar las opiniones demasiado generalizadas o ideológicas, y someter cada idea, incluso las que aparentemente tienen más sentido común, a un ensayo empírico riguroso (experimentos aleatorios controlados).


Profundizar en los diferentes problemas como salud, educación, alimentación, crédito y ahorro, seguros, emprendimiento, y ser capaces de identificar las trampas de pobreza y saber qué instrumentos se necesitan dar a los pobres para ayudarlos a salir de ellas. ¿Hay realmente trampas de pobreza? ¿Cuándo es probable que los veamos? ¿Por qué los pobres se comportan como lo hacen? ¿Son cosas que podrían mejorar sus vidas? ¿Qué son? ¿Cuáles son las barreras? ¿Cuáles son los mecanismos que subyacen a la persistencia de la pobreza? ¿Qué tipos de intervenciones se han probado o se podrían intentar? ¿Qué ha sido efectivo y qué no?


Para ellos, el diseño de intervenciones efectivas, ya sea por parte de agencias gubernamentales u ONG, exige investigación local del individuo y experimentación con un deseo genuino de respetar lo que surja de evaluaciones rigurosas y comparativas. El libro atrae a los lectores a este proceso, a través de estudios de casos personales y un cuidadoso análisis paso a paso, en una variedad de aspectos de la vida de las personas pobres.


Por ejemplo, respecto a si la ayuda externa permite combatir la pobreza, Banerjee y Duflo ven poco valor en las respuestas macro a esta pregunta, pero tienen una micro. Ciertamente, la ayuda puede ser eficaz si se basa bien en el conocimiento a nivel local sobre la vida de los pobres: lo que necesitan, lo que pueden o no pueden hacer por sí mismos, y cómo pueden ayudar ciertos "empujones" de las intervenciones.


En conclusión, el fenómeno de la pobreza entendido desde estas perspectivas hace latente la necesidad de abordar la pobreza como un fenómeno social multidimensional que debe ser abordada desde enfoques alternativos que doten de contenido la vida y cotidianidad de grupos e individuos, donde sus anhelos, contextos, metas y esperanzas sean tomados como referentes para la generación de políticas públicas que contribuyan a la superación de la pobreza.


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