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Especial economía del medio ambiente I: Retos y oportunidades en medio de la pandemia

  • bloglamanovisible
  • 11 jun 2020
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 18 jun 2020


Mientras las naciones del mundo se esfuerzan por contener la pandemia del COVID-19, el Día Mundial del Medio Ambiente de este año destacó la urgencia de cambiar radicalmente la relación de la humanidad con la naturaleza para preservar nuestras sociedades y prevenir futuras pandemias.

Este año, el tema central que orientó la versión número 46 de la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente -evento que se realiza cada 5 de junio desde 1974- fue la conservación de la biodiversidad. Colombia por primera vez fungió como país anfitrión en esta celebración, la cual fue establecida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esta no es más que una fecha simbólica que nos recuerda la importancia de cuidar nuestro entorno durante todos los días del año. En este sentido, de poco sirve celebrar el 17 de mayo el día del reciclaje o el 5 de marzo la eficiencia energética si somos inconscientes el resto del año; o el día de los humedales el 9 de mayo, 2 de febrero, el de la diversidad biológica, 22 de mayo, o el de la vida silvestre el 3 de marzo.

El agotamiento de recursos naturales, el desequilibrio ecosistémico, la contaminación del ambiente y la desigualdad e inequidad social generados por los patrones de producción y consumo insostenibles, han suscitado cada vez más incertidumbre respecto a los posibles escenarios derivados del cambio climático y la aceleración del calentamiento global. Ahora la incertidumbre ocasionada por la pandemia del virus COVID-19 parece acrecentar la preocupación por este asunto. La pandemia es un recordatorio de que la salud humana está vinculada a la salud del planeta. Por esto, se hace necesario repensar una vez más y con mayor urgencia la cuestión sobre los desafíos de la sostenibilidad en el actual contexto de la Pandemia.

Un primer concepto que debe tenerse en cuenta es el de capital natural, que según Constanza y Daly (1992), hace referencia al “stock de todos los recursos ambientales y de recursos naturales, desde el petróleo en el suelo hasta la calidad del suelo y las aguas subterráneas, desde el stock de peces en el océano hasta la capacidad del mundo para reciclar y absorber carbono” (p.38).  De acuerdo con este enfoque, la sostenibilidad se asocia a un desarrollo con capital natural estable en el tiempo.  Los defensores de esta idea señalan que el stock de capital natural no debe disminuir para no poner en peligro las oportunidades de las generaciones futuras para generar riqueza y bienestar. No obstante, el crecimiento poblacional y la expansión urbana, hacen inviable esta aspiración, pues se genera una presión insostenible sobre los sistemas naturales de soporte.  Las ciudades se han convertido en las principales generadoras de residuos y las principales consumidoras de recursos naturales y energéticos.

Estos fenómenos han implicado, no solo un consumo desproporcionado del suelo útil y de energía, sino el incremento de la huella ecológica, es decir, “la cantidad de tierra y agua biológicamente productivas que las ciudades, las regiones y la humanidad requieren para producir los recursos que consumen y absorber los desechos que se generan” (Rees y Wackernagel, 1998, p.9). Según los cálculos que realiza la organización Red Global de la Huella Ecológica, el modelo de funcionamiento capitalista y el modelo de funcionamiento en los países aún llamados comunistas están ecológicamente endeudados con las futuras generaciones, pues cada año que pasa se consumen más rápido los recursos disponibles. Si aspiramos a imitar el modelo económico y a las formas de vida de países como Australia, Estados Unidos, Suiza, Corea del Sur, Rusia necesitaríamos entre 3 y 5.4 planetas tierra adicionales.  

En el actual contexto hemos visto cómo la parálisis industrial de países como China (principal generador de emisiones de dióxido de carbono CO2 en el mundo), la reducción de la frecuencia de vuelos entre distintos países, el descenso del tráfico vehicular interno y el aislamiento obligatorio en el que se encuentran miles de personas en varias ciudades del mundo han permitido que se reduzca el nivel de emisiones de gases de efecto invernadero. Según los datos presentados por el Global Carbon Project, la pandemia del coronavirus ha generado la mayor caída en la emisión de CO2 de la que se tenga registro en la historia.

Pero, incluso si los humanos dejaran de emitir CO2 repentinamente, nuestras emisiones tardarían miles de años en absorberse en el océano profundo así mismo tardaría el nivel de CO2 atmosférico para volver a los niveles preindustriales (de hecho, mayo de 2020 fue el mes más cálido jamás registrado, según el servicio europeo Copernicus). El Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial ha enfatizado repetidamente que la desaceleración industrial y económica del COVID-19 no es un sustituto de una acción climática sostenida y coordinada para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Está situación ha reafirmado la necesidad de formular políticas nacionales y regionales que transformen las lógicas de crecimiento urbano disperso y que planifiquen el crecimiento poblacional para reducir la huella ecológica. Pero para ello, todavía debe seguir pensándose cómo combatir las coaliciones, los intereses y los poderes de actores económicos detrás de los gobiernos locales y nacionales; evitar el fracaso de las políticas e instrumentos de planeación y ordenamiento territorial; reducir el consumismo desbordado propio de la forma de vida de las ciudades y de las aglomeraciones urbanas y fortalecer los movimientos ambientales.

Respecto a los efectos del cambio climático, todavía se ha hecho muy poco en relación con la gestión del riesgo. La realidad en las dos últimas décadas ha mostrado que el cambio climático se está acelerando y que podría “plantear riesgos nuevos, a menudo fuera del rango de experiencia, como los impactos relacionados con la sequía, las olas de calor, la retirada acelerada de los glaciares y la intensidad de los huracanes” (Hernández, 29 de mayo de 2020). En este contexto, y antes de la pandemia, ya se coincidía acerca de la necesidad de tener no solo una mejor comprensión de los riesgos que enfrentan los hogares y la infraestructura urbana, sino de avanzar en la formulación de políticas públicas de mitigación y adaptación del riesgo orientadas a reducir efectivamente esa vulnerabilidad.

La pandemia nos ubica en forma inesperada y abrupta frente a nuevos riesgos y nos amplía el espectro de las incertidumbres asociadas no solo a los efectos del cambio climático, sino a los efectos sobre la economía, la pobreza y la desigualdad. Al respecto, cabe preguntarse cuáles serán las soluciones que se darán a esta crisis económica en el mediano y largo plazo y cuáles serán los efectos que estas soluciones tendrán en el medio ambiente. Un posible riesgo en el corto y mediano plazo es que pasen a un segundo plano los compromisos por cambiar el estilo de desarrollo y por avanzar en medidas efectivas de lucha contra el cambio climático debido a la urgencia y preocupación por recuperar los indicadores económicos. Esto puede reforzar en los gobiernos la necesidad de profundizar en la economía de carácter extractivo y resistirse a las políticas de mitigación y adaptación al cambio climático.

Otro tipo de riesgo que se ha discutido es el efecto de la pandemia sobre las libertades y los derechos civiles y políticos y sobre el funcionamiento de la democracia.  En este terreno, algunos señalan que la lucha contra la pandemia implica el riesgo de surgimiento de un nuevo tipo de autoritarismo, dado que el control de la expansión del virus restringe la libre movilidad de las personas y normaliza la situación excepcional. En este sentido, es totalmente válido preguntarse por los efectos que tienen estas restricciones en el medio ambiente y, en particular, en la consolidación o debilitamiento del movimiento social ambiental, o de una ciudadanía que disputa y confronta el modelo de desarrollo extractivista y el crecimiento urbano que degrada el medio ambiente y destruye las formas de vida rural. 

Colombia, en su situación de conflicto armado y procesos de reconciliación inconclusos, pone aún más en evidencia los obstáculos que se enfrentan dichos movimientos ambientales, pues el asesinato de líderes sociales que defienden territorios colectivos y formas de vida campesina se ha mantenido incluso en el periodo de pandemia, y todo queda reducido a un simple y lánguido titular de noticias.

La pandemia también nos ha permitido reflexionar acerca de los posibles mitos detrás de las políticas del urbanismo sostenible defendidos por las elites políticas, académicas y empresariales. Se abre una nueva tarea para reconsiderar la legitimidad del discurso y de las políticas del ecourbanismo, repensar los elementos que lo componen y que se defienden en las agendas urbanas globales. ¿Realmente nuestras acciones están orientadas cada vez más hacia el equilibrio entre medio ambiente, desarrollo urbano y calidad de vida? ¿Se está siguiendo realmente una ruta para superar y transformar las desigualdades, fragmentaciones urbanas y desequilibrios en las relaciones urbano-rurales que se hicieron más evidentes con la pandemia?

Un primer componente de la forma urbana sostenible que está hoy en debate a partir del confinamiento es el ideal de ciudad densa.  Según algunos urbanistas, la pandemia pone en cuestión el ideal de ciudad densa como modelo urbano en la medida en que, a mayor densidad, mayor probabilidad de contagio (Green y Muñoz 2020). Pero la densidad que se cuestiona es aquella asociada a entornos pobres, con déficits habitacionales y altos niveles de hacinamiento déficits de espacio público y de equipamientos.

Un segundo componente que se discute es el de la movilidad sostenible. La pandemia tuvo como primer efecto la reducción drástica en el tránsito y la movilidad. La necesidad de evitar la propagación del virus ha obligado a establecer nuevas reglas de funcionamiento de los sistemas públicos de transporte y a profundizar las propuestas de movilidad sostenible. Por ejemplo, según La Red de Monitoreo de Calidad del Aire de Bogotá, la contaminación del aire se redujo en un 47% en esta ciudad gracias a las medidas preventivas y restrictivas. Esto debido a que el 79% de la contaminación de Bogotá la producen los vehículos.

Sin embargo, no es posible hablar del transporte público como un componente de la movilidad sostenible si la mayoría de estos buses utilizan combustible Diesel, como lo que ocurre con la flota de Transmilenio en Bogotá, Así mismo, fomentar un trabajo colaborativo y coordinado para pensar en el uso de bicicleta, motos o carros eléctricos y la opción de caminar en la realización de trayectos cortos como alternativas para contribuir desde su cotidianidad a la preservación del medio ambiente, a la vez que se reducen los tiempos y costos de viaje, y las cifras de siniestralidad. El llamado a las Alcaldías es a acelerar los proyectos de transporte sostenible como la peatonalización (iniciando con ampliaciones de andenes), implantación o mejora del sistema de ciclorutas, sistema de bicicletas públicas, mejoras operacionales de la flota de transporte público, centros de carga y distribución sostenibles. El apoyo por parte de los empleadores a esta iniciativa también es crucial: crear o reforzar los programas empresariales de movilidad sostenible en sus empleados con incentivos coherentes.

Pero las cuestiones ambientales hay que abordarlas también desde lo local, incluso a nivel individual. El cambio que necesitamos tendremos que construirlo nosotros mismos, y tiene que ver mucho con nuestro estilo de vida, nuestras pautas de consumo, y también con la necesidad de reflexionar y de actuar frente a situaciones de injusticia social o ambiental. Es posible contribuir a la sustentabilidad desde la cotidianidad, analizando factores cotidianos como la alimentación, el uso de plástico, el uso de energía y combustibles tipo Diesel.

Por ejemplo, alrededor del 80% de la deforestación en el mundo es ocasionada por relación con el sistema alimentario, haciendo un uso inadecuado del suelo y la pérdida de la biodiversidad, esto podría llegar aumentar en un 50 a 90 % en el transcurso de 30 años, (Fresán U, Sabaté J, 2019). Mientras que 1kg de frijoles necesita 3,8 m2 de tierra y 2,5 m3 de agua para ser cultivado,un 1kg de carne de res requiere de 52 m2 de tierra y 20,2 m3 de agua, esto es entre 8 a 14 veces más recursos para su producción, (Fresán U, Sabaté J, 2019).

Para el ahorro de energía desde los hogares, es necesaria una “transformación cultural de comportamientos en el hogar, el desarrollo de nuevas tecnologías que pueden ser software que controlen y optimicen la energía, la implementación de políticas y medidas que se basen en la eficiencia de energía a gran escala y opciones de energía renovable” (Ahmadi S,  Fakehi A, Vakili A, Moeini-Aghtaie M, 2020).   El uso de energías renovables, por medio de las baterías externas recargables con luz solar y otro tipo de energías alternativas también contribuyen a disminuir el impacto ambiental.

Es necesario continuar promoviendo la información ambiental y la generación de datos, herramientas e información, para estar en condiciones de preservar un desarrollo sostenible a través de la colaboración entre instituciones público/privadas. Ojalá sea cierta la afirmación de Ricardo Lozano, ministro de medio ambiente, de que esta celebración “permitirá afianzar la hoja de ruta hacia la conservación que se debe tomar, así como definir prioridades, a través del reconocimiento de la relación entre humanos y naturaleza”. Cierro con una reflexión de la profesora e investigadora Tatiana Acevedo:

“Debemos precisamente cuestionar lo que se entiende por naturaleza y analizar qué tipo de naturalezas desean preservar o destruir distintos actores de la sociedad. Sectores en el gobierno hablan de proteger la gran biodiversidad nacional, pero a la vez se permite la minería en la Amazonía. El gobierno que promueve naturalezas específicas (cuerpos de aguas liadas con glifosato, la Orinoquía deforestada, los barrios llenos de zancudos), es el mismo que a su vez quiere cuidar de las especies de fauna silvestre y de los páramos y de las orquídeas” (Acevedo, 30 de mayo de 2020).


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