Especial economía del medio ambiente II: (In)Justicia ambiental
- bloglamanovisible
- 18 jun 2020
- 4 Min. de lectura
Amanece en Beijing, será un día oscuro: una gran nube de humo se posa sobre los edificios, sobre los barrios ricos y pobres. Beijing es la ciudad más contaminada de China, el país estrella del crecimiento económico. Sin embargo, a pesar de la omnipresencia del la nube oscura, hay algunos afortunados que pueden respirar tranquilos. Aquellos que tienen los recursos necesarios para comprar purificadores de aire, filtros de agua o incluso domos pueden evadir, en parte, los males que acarrea el crecimiento y gozar de sus frutos. El ejemplo de Beijing ilustra un problema generalizado a nivel mundial: las injusticias medioambientales, que están relacionadas con la desigual repartición de las cargas adversas asociadas al cambio climático (y de las políticas adoptadas para mitigarlo). Uno de los mayores retos que se deben superar para poder hacer frente al cambio climático es conseguir un mínimo de justicia en la construcción de soluciones para que estas puedan ser aplicables, lo cual se hace cada vez más difícil en un mundo marcado por la desigualdad tanto entre las naciones como dentro de estas.

Las injusticias ambientales tienen su origen en varios factores, en este Especial vamos a exponer los más relevantes. El primero se refiere al hecho de que el cambio climático generaría mayores estragos en las regiones tropicales áridas, que son aquellas en las que se concentra una buena parte de la población más pobre del planeta, y se sentirían con menor intensidad en las regiones más frías. El impacto sobre la productividad agrícola en estas regiones, de por sí baja, sería devastador. Un segundo factor relacionado con el anterior tiene que ver con la desigualdad global: los países más ricos son los que más han contribuido a la emisión de gases de efecto invernadero. Según un informe de la Oxfam, titulado “La desigualdad extrema en las emisiones de carbono”, la mitad de la población mundial (3500 millones de personas) es responsable de apenas el 10% de las emisiones, mientras que el 50% de estas pueden atribuirse al decil más alto de la jerarquía de ingresos. Un tercer factor es que la tecnología destinada para la prevención y mitigación de los efectos adversos del cambio climático es, en general, aún bastante cara. Esto, evidentemente, limita el rango en que estas pueden difundirse entre las distintas categorías socioeconómicas.
El último factor se relaciona con la economía política: las carencias de poder efectivo por parte de los sectores económicamente menos fuertes dentro de una sociedad genera un sesgo en la provisión o defensa de bienes públicos vitales para hacer frente a los efectos del cambio climático. En muchos casos, amplios sectores de la población no tienen la capacidad de enfrentar los intereses en favor de la extracción, explotación o contaminación de diversos recursos ambientales. Es común encontrar casos en los que los recursos ambientales que disfrutan las personas más pobres sean más amenazados que aquellos que disfrutan los más ricos, especialmente cuando dichos recursos son explotables.

Las injusticias ambientales también son generadas por las mismas políticas tendientes a reducir el cambio climático. Thomas Piketty en su libro Capital e Ideología hace un análisis de las medidas que desencadenaron las protestas de los chalecos amarillos en Francia. La subida del precio de la gasolina causada por el aumento del impuesto sobre al carbono desembocó la reacción y la indignación de la sociedad francesa que se movilizó, en muchas ocasiones de forma violenta, hasta que dicha medida fue levantada. La razón detrás de la indignación fue que dicha medida era considerada muy injusta, y con razón: según Piketty el aumento del impuesto al carbono tenía como objetivo financiar la reducción del impuesto sobre la fortuna (entre otros impuestos progresivos). En consecuencia, lo que se recauda con este no serviría para financiar la transición energética, sino para llenar el vacío que deja el abandono de la fiscalidad progresiva en detrimento de las clases bajas y medias. Al final la movilización social impidió la implementación de dicha política que trasladaba la carga de la lucha contra el cambio climático a quienes menos se benefician del crecimiento. Sin embargo el éxito de la ciudadanía no está garantizado.
El caso de Beijing no es único, las ciudades de todo el planeta están repletas de ejemplos similares en los que los efectos negativos de la contaminación y la degradación ambiental recaen, particularmente, entre los más pobres. Así como los efectos negativos directos e indirectos (a través de las medidas de prevención) de la pandemia del Covid-19 recaen especialmente en quienes son más vulnerables, los efectos de la crisis ambiental en la que estamos inmersos también recaen sobre aquellos que se han beneficiado menos del crecimiento. La analogía no se queda ahí: la expansión del covid 19 a nivel mundial lo ha convertido en una problemática global, así mismo, los efectos de la degradación ambiental y el cambio climático no distinguen (en principio) entre naciones. En este sentido, la pandemia nos ha servido de laboratorio para determinar nuestra capacidad para soportar las crisis globales.
La lección más importante, a mi juicio, es que la desigualdad debilita a las sociedades par afrontar los retos colectivos. El caso del departamento del Atlántico y en especial de Barranquilla es ilustrativo: en el último mes este departamento se ha convertido en un foco de expansión del coronavirus. La razón, según los dirigentes políticos, es la falta de disciplina a la hora de cumplir con los protocolos de bioseguridad exigidos por las autoridades. Sin embargo, tal como lo demuestra un informe de la Silla Vacía parte de la explicación está en la enorme pobreza y desigualdad presentes en el departamento. Dentro de Barranquilla las áreas más afectadas son las más pobres donde se hace imposible, para muchos, mantener las medidas de aislamiento social.
El ejemplo anterior muestra una característica fundamental del sistema económico moderno: que es tan resistente como su eslabón más débil. En la economía de mercado, la interrelación entre individuos y empresas es esencial para mantener los flujos de bienes y servicios, el crecimiento y el empleo. Esto explica por qué las crisis financieras se propagan con tanta facilidad entre distintos países y, además, es la razón detrás de que la resistencia a las crisis se determine por la capacidad de los más vulnerables de hacer frente a las mismas. Así, la lucha por mantener la sociedad dentro de los límites ecológicos y evitar una catástrofe humanitaria mundial debe empezar por fortalecernos como sociedad, es decir, fortalecer a los más débiles.
Comments