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¿Debería identificarme como feminista?

  • bloglamanovisible
  • 31 mar 2020
  • 3 Min. de lectura

“No se puede ser igualitarista sin ser feminista, como no se puede ser feminista sin defender la igualdad”


Frases como "Yo no soy machista ni feminista, yo creo en la igualdad" pueden oírse cada día de boca de diferentes ciudadanos, pero ¿por qué cuesta tanto consolidar en la sociedad la identificación con el término feminista? ¿Lo tienen igual de claro los más jóvenes y quienes han llegado ya mayores a presenciar los avances en la igualdad de género?


Esta falta de identificación puede deberse a la poca reflexión sobre la necesidad de seguir avanzando en la conquista de derechos y libertades, pero también a la tendencia imperante de la estereotipación negativa, demonización e incluso criminalización del movimiento. Se identifica, en muchos casos, feminismo con aquella mujer amargada que rechaza y odia al hombre. No obstante, una encuesta de YouGov de 2018 reveló que ocho de cada diez personas creían que hombres y mujeres deben ser tratados de igual manera en todos los aspectos y que el sexismo sigue siendo un problema.

Por tanto, lo mejor que puede pasarle al feminismo, y a cualquier otro que propugna la igualdad, es desligarse completamente de las luchas partidistas e ideológicas y abarcar al conjunto de la sociedad; mucha gente es feminista, aunque no se adscribe a los movimientos feministas, y, en mi opinión, así como una mujer puede ser tan machista como un hombre, un hombre también puede ser tan feminista como cualquier mujer. Se necesita trabajar para hacer que este movimiento sea más inclusivo: representar las experiencias y preocupaciones de diversos grupos de mujeres analizando la posición social concreta de dominación/subordinación en sus contextos y la ciudadanía en general.


La problematización de las circunstancias que cuestionan la libertad para tomar decisiones (sobre su cuerpo, curso de vida, profesión u oficio o sobre su vida reproductiva), que más que expresar libertad expresan un conjunto de desigualdades, restricciones y violencias que orillan a las mujeres a tomar ciertas decisiones, ha sido planteada desde hace más de cien años por feministas. Feminismo no es lo opuesto a machismo, tampoco es un modelo que odia a los hombres o que pide condiciones especiales para las mujeres. El feminismo es una corriente socio-política que reclama que la mitad del planeta tenga los mismos derechos y oportunidades que la otra mitad. Y en mi opinión para lograr ese objetivo la solidaridad masculina es clave.


El feminismo tiene numerosos retos por delante para el fortalecimiento de su impacto transformador de relaciones sociales y estructuras institucionales machistas. El hecho de tener que combatir con una problemática cultural, hace que sea muy fácil caer en la incoherencia con acciones cotidianas. La sociedad persigue la igualdad, pero tenerla interiorizada es algo muy distinto; es muy difícil, después de siglos de sociedad patriarcal y de preeminencia de unas costumbres y leyes que avalan la superioridad de un género sobre otro, saber si estamos analizando lo que somos, porque salen a flote los estereotipos.


¿En qué medida podemos afirmar que una mujer que decide sobre su cuerpo o estilo de vida lo está haciendo desde una posición de plena libertad? ¿Tuvo la suficiente libertad de considerar otras opciones? ¿Son, quienes deciden, conscientes de las estructuras de opresión? Se construye retóricamente un culto a la libertad que no tenemos: nos convencemos del libre albedrío cuando las decisiones que podemos tomar se acatan cada vez más en función de las estructuras de opresión que a cada quién le toca soportar, creando restricciones. Se requiere, por tanto, de la combinación del avance universalista de libertad y de igualdad con el empoderamiento de las mujeres.


En conclusión, el reconocimiento e identidad con el término feminista adquieren todo su sentido cuando se integra la problemática cultural (mentalidades, emociones, deseos) con la otra parte de la realidad concreta de las mujeres: su estatus y relación social. Es decir, con la experiencia y la participación en los cambios igualitarios de hábitos, costumbres, opciones sexuales, relaciones interpersonales y familiares, así como respecto de su situación en las estructuras sociales, económicas y políticas.

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